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Fotografía: Rodrigo Salinas Muñoz

REMEBRANZAS

 

Odette Doyhamboure

Escritora y profesora

Cuando Luchito recorría calles
“Diarooooo... fue tu grito sonoro. El corazón asomaba en tu voz y la luz que no tenían tus ojos, era luz de belleza interior.
Por las calles seguro y confiado, ibas pregonando diarios.
Muchos cogimos tu brazo para atravesarte con cariño.
Formaste tu hogar en tinieblas y tus hijos han mirado hacia el sol de atardeceres en tibias primaveras y en ocasos de múltiples coloridos.
Años después, en tu kiosco, amable y sencillo, charlabas alegre de ser de este pueblo.
Y te alejaste a tu hogar.
Ya no estás entre nosotros, pero en los cerros y en nuestro viento todo, ha quedado el son de tu grito sonoro.

Cuesta Vieja
Por allá por los años cincuenta viajamos a San Felipe rodeando esos cerros.

Aún oigo voces de campesinos, de rostro surcado de arrugas, y de antiguos señores de los fundos, que te recuerdan

“Cuesta vieja”.

Pude mezclarme en la tibieza de tus cardos, en el frescor de tus hierbas y el polvo del camino impregnó mis cabellos.

Desde ti miré hacia el pueblo y, al irte empinando en los cerros, sentíamos tu vida de ruta arcaica que recorrieron legendarios indígenas, sembrando de recuerdos cada piedra del sendero.
 

Desvío Ucúquer

Un portón, rieles de trocha angosta, palmeras, álamos viejos. Caminamos por los durmientes divisando en lontananza el Molino en espera del trigo venido de lejos.

Antigua casona en el trayecto: sonrientes moradores y el establo con vacas mugiendo.

Un puente sobre el estero por donde el desvío Ucúquer crujía en sus rieles al paso del ferrocarril trayendo el oro de sureños trigales.

Desvío Ucúquer, nos llevaste hasta el Molino que, con sus aspas al viento, cantaba con alegría al trocar el grano en harina para el sustento.

 

Palmeras de Balmaceda

Centraban la Avenida frondosas palmeras poniendo una nota de verdor que recreaba la vista y daba al pueblo una pincelada de belleza que atraía a permanecer en él.

A pasos del puente Merino, donde la hilera de palmas cesaba, estaba el bebedero para los caballos que, sedientos, se solazaban en el frescor del agua y en la sombra de los queridos árboles.

Era muy agradable caminar por Balmaceda desde Edwards, contemplando los altos penachos que se mecían al viento en un saludo a la vida, a la placidez provinciana, a la quietud los adoquines, a la sonrisa acogedora de ancianos que, en las puertas de sus casas de un piso, sentados en sillones de  mimbre, contemplaban el pasar de los huasos a caballo y el juguetear de los niños entre los troncos añosos de las palmeras que vibraban en su ser vegetal ante el cariño de todas las miradas.

Tranque Las Palmas

Aún te llevo en mi alma, espejo de verdores, quietud perenne de gastados troncos.

Tus aguas acariciaban bañistas alegres que íbamos en las tardes a disfrutar de tu frescor.

Enclavado en rincón de los cerros, junto a ti un esparragal lucía sus brotes asomados.

Eras, Tranque Las Palmas, el paseo de jóvenes en romance y de familias que en domingo descansábamos bajo tus sauces y nos refrescábamos unos nadando, otros jugando en tus queridas aguas.

¡Cuántos tiernos romances tejieron esperanzas al borde de tus aguas!

 

Los trenes y las Venteras

“¡ LLAY-LLAAAAY ¡... ¡Combinación a Los Andes!”...

El fuerte grito del conductor, que bajaba a los andenes, se mezclaba con la voz de las Venteras, con sus blancas cofias y delantales, ofreciendo en bandejas los dulces y sándwichs, generalmente preparados por ellas.

Las había jóvenes, delgadas, también pequeñas y regordetas. Otras mayores y algunas ancianas.

Había en todas la sonrisa amable y el gesto de satisfacción al entregar la mercancía en las manos asomadas por las ventanillas del tren

Allí estaban desde la partida del “Arratia” hacia el Puerto, a las seis de la mañana; luego del Cabrero hacia Santiago, después en los “expresos “ de las nueve y los “ordinarios “ de las diez . Y en la tarde nuevamente acudían al “expreso” de la una y al “tren de las cuatro”. En “los de la siete” de la tarde las juventudes paseábamos en los andenes de la estación. También allí, al igual que en el verdor del Tranque Las Palmas, se tejió más de un romance y parejas de enamorados iban a la pasada de los últimos  trenes a las 10 de la noche.

 

Coches de los Fundos

Algunos con toldos, otros simplemente “tilburíes, traían a las gentes de los fundos al pueblo, a las misas y novenas, a las compras y otros compromisos. Ponían la nota campesina en las calles de Llay-Llay, algunas sin asfalto. El golpear de los cascos en los adoquines de Balmaceda contrastaba con la polvareda levantada en calles adyacentes.

Fundos de Las Peñas, de Santa Teresa, de Las Masas, de Las Palmas, de Las Vegas, de Estancilla... aún las pisadas de tus caballos trayendo los coches resuenan en los recuerdos.

Coches antiguos que, en Fiestas Patrias, adornaban las cabezas de sus caballos con cintas tricolores, coches bajo cuyos toldos señoras de mantillas negras acudían al viejo templo parroquial en calle Edwards. Coches que traían a los niños a las escuelas de la ciudad, con sus rostros alegres riendo al compás de la fusta que apuraba a los caballos.

Señores dueños de los fundos, en sus coches grandes, tirados por dos caballos, venían a la Misa dominical de las doce.

Todos son recuerdos que permanecen entre campesinos ya abuelos, narrando a sus nietos sus paseos en coche o en tilburí.

Nostalgias de Remembranzas

Avenida Balmaceda, desde el puente Merino caminábamos por tu acera norte, sin que ninguna calle existiera para detener nuestra marcha hasta llegar a Edwards e igualmente, seguíamos por esa arteria hasta el puente Ucúquer, para subir hasta el bosquecillo de pinos del fundo. Allí estaba “la playita” al borde del canal en que aprendieron a nadar nuestros hijos.

Antiguo Llay-Llay del Templo en calle Edwards llamando, desde su torre, con sus sonoras campanas a sus feligreses, antiguo Llay-Llay con carretas que venían al pueblo trayendo verduras y frutas. Llay-Llay, donde el niño José Santos sintió nacer su vocación de sacerdote, donde el doctor Hermosilla luchó y logró detener la epidemia de viruela, donde doña Celinda de Celedón formó religiosamente a sus tres hijos y a generaciones para la primera comunión.

Antiguo Llay-Llay de respetuosos vecinos y sanas juventudes que paseaban  el día domingo por la plaza al son de la Banda Municipal y asistían al cine de palcos, en que el piano animaba las películas mudas.

Los ancianos evocan tus trenes, tus carretas, tu desvío Ucúquer, tu Tranque Las Palmas, tus coches, tus rodeos, tu cine mudo, tus casas de un piso, tus leyendas que han ido muriendo y el viento se ha llevado por ignotos senderos.

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