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Fotografía: Rodrigo Salinas Muñoz
ENTRE LA RESONANCIA POÉTICA Y LA DUDA:
ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE EL ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LLAY-LLAY
Hace un tiempo un profesor me dijo que muchas veces es mejor que un escrito, un estudio o un argumento plantee nuevas buenas preguntas que verdades a medias. Hoy, frente a la invitación que me hacen los compañer@s de El Pimiento para referirme al significado del nombre de nuestra comuna, recuerdo aquellas palabras y me propongo como único objetivo abrir la discusión.
Debo partir señalando que nunca he sido muy cercano a los estudios lingüísticos (ni a los socio, ni a los etnolingüísticos) y pese a que mi formación consideró aquellas áreas; me declaro un neófito en el tema. Mi sordera y mi poca habilidad para pronunciar y recordar palabras en otro idioma, han influido de sobre manera en mi desinterés por el conocimiento de otras lenguas. No obstante, no soy indiferente a la interrogante acerca del significado de Llay-llay.
Siempre he gustado de pronunciar el nombre de nuestra comuna fuera de ésta, ya que la gente de los más lejanos parajes la recibe con una profunda naturalidad: —“¡ahhh!... de Llay-llay!”— dicen, como si conociesen esa tierra. Puede ser sólo la sonoridad lo que hace familiar a ese vocablo duplicado. Puede ser también la persistencia en la memoria de aquel dicho “a Llay-llay llegan los trenes…”, que tuvo fama cuando los trenes llegaban. Sin embargo, personalmente creo que se debe a que al igual que Macondo la palabra Llay-llay tiene, como dijera García Márquez respecto del pueblo de los Buendía, una “resonancia poética” especial. Resonancia que nos hace volver a lo más antiguo de los usos lingüísticos de esta parte del mundo, ya que el morfema llay, ai, lai, way y otros similares, está presente en los idiomas precolombinos con mayor cantidad de hablantes a la llegada de los españoles al actual Chile: el Quechua, el Aymara y el Mapudungún. Es muy probable que aquel morfema, estuviese también en la lengua de los Diaguitas y, antes que eso, en la lengua del pueblo al que los arqueólogos han denominado “Cultura Aconcagua”, la que probablemente desapareció a la llegada de los Incas al territorio del centro del país.
Desde nuestros primeros años se nos enseñó que Llay-llay significaba —tal y como aparece en el escudo de la comuna—Viento-Viento, y que dicho nombre provenía del mapudungún. Esa definición siempre me hizo sentido. En ella había dos elementos que le daban aparente coherencia. El primero, es que evidentemente el viento de Llay-llay tiene (o tenía hasta hace un tiempo) una fuerza y constancia que desde los primeros años no me fue indiferente. No poder sintonizar los canales de televisión con antenas que se iban al suelo, la dificultad para mantener enarbolados los volantines o lo diferente que era desmochar cebollas en el calor de San Felipe, Lampa o Polpaico, en contraste al fresco constante de los potreros de Las Palmas, La Estancilla, El Roble o cualquier rincón de Llay-llay. Todo ello, entre otras muchas cosas propias de la experiencia de quienes vivimos en el pueblo del viento, hacían coherente la traducción oficial del nombre de la comuna.
El segundo elemento de coherencia se manifestaba al estudiar la historia del Valle del Aconcagua y conocer que los habitantes precolombinos de la zona fueron los Picunche; que eran “la gente del norte”, grupo que por sus usos culturales y lingüísticos pertenecía a la cultura mapuche. Hasta ahí no había nada de extraño en la traducción de Llay-llay.
Empero, al conocer un poco, muy poco, de la historia antigua del Valle del Aconcagua y del mapudungún comenzaron mis primeras dudas. Todos los estudios arqueológicos y etnohistóricos que he podido leer sobre el Aconcagua, parecen coincidir en que este era un territorio, por usar un término actual, multicultural. Es decir, que lo que hoy conocemos como Valle de Aconcagua era un espacio habitado por un mosaico de pueblos con culturas y lenguas propias y/o con dialectos o variante de lenguas mayores como el aymara, el quechua, o el mapudungún. Es posible afirmar que estas dos últimas lenguas, el mapudungún y —el quechua (lengua de los Incas)—, fueran las lenguas francas para el intercambio entre los diferentes pueblos, no solo en el Aconcagua sino en valles más al norte. De hecho, es sabido, que tal y como constató Gerónimo de Bibar en su “Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reynos de Chile”, a la llegada de Pedro de Valdivia al Valle de Copiapó y espacios aledaños al sur, los indígenas entendían “la lengua del Cuzco”. Los yanaconas del norte que acompañaban a las tropas de Valdivia, podían comunicarse en quechua con los indígenas de la actual tercera y cuarta región de Chile.
Por otra parte, diversos estudios han constatado que, a la llegada de los españoles, los valles del Aconcagua y del Mapocho eran los más densamente poblados. José Bengoa, basándose en diversas fuentes, ha sostenido que el río Mapocho, funcionaba como frontera entre los Inkas y los mapuche del norte. De aquel río al sur, se hablaba de manera generalizada o como única lengua el mapudungún. Es plausible que el propio nombre de Mapocho venga de una forma de denominar aquel territorio como Valle (de los) Mapuche. Por su parte, para el caso del Aconcagua, las crónicas de Gerónimo de Bibar establecen que acá se hablaban varias lenguas. Podría entenderse a este territorio como señala Jorge Hidalgo (citado por Bengoa) como una zona lingüística intermedia donde se hablaba tanto el mapudungún como el quechua, además de otras lenguas. Tanto en este valle, como en sus cercanos, el de la Ligua o el Marga Marga, existían mitimaes (pequeñas comunidades Incas con funciones estatales en las periferias del Tawantinsuyo), además de poblaciones Diaguitas que, según se ha establecido, en trabajos como el de Rodrigo Sánchez Romero, fueron quienes conquistaron el actual Chile central para los Inkas.
Muy probablemente el mosaico multicultural del Aconcagua a la llegada de los españoles fuese mucho mayor que el descrito hasta este punto. Debe recordarse que, conforme más alejadas geográficamente del Cuzco, las zonas de control territorial de los Inkas lograban una mayor autonomía respecto del poder imperial. Vale decir, si bien los mitimaes podían establecer cierto control del comercio o las relaciones militares; a nivel cultural, la influencia de los Inkas no era tan preponderante como sí lo era para los pueblos conquistados que se ubicaban más próximos al centro del Tawantinsuyo. Esto último, pudo ser la razón por la cual en las periferias del control Inka el quechua fue la lengua franca, pero no la única, del mismo modo que las prácticas socioculturales tuvieron influencia incásica, pero no se definían solo por dicha influencia. Esto es corroborable por ejemplo en el caso de pueblos de la Amazonía o del centro y norte de Ecuador que, pese a estar bajo el influjo y control Inka, mantuvieron sus lenguas, prácticas socioculturales e incluso algunas de sus formas de organización sociopolítica.
Esta sucinta presentación de antecedentes históricos comienza a complejizar la posible traducción al nombre de nuestra comuna. Si el Aconcagua fue un mosaico de varias culturas, con sus lenguas propias: ¿En cuál encontramos la traducción o el significado de Llay-llay?
Comencemos con la lengua de los mapuche, incluidos los pikunches o mapuches del norte, el mapudungún. Lo primero que habría que apuntar es que si bien, en esta lengua existen palabras, prefijos, sufijos y formas de dicción que funcionan como aumentativos, existe también la reduplicación de sustantivos o adjetivos para otorgar intensidad a lo que se quiere nombrar. De esta forma para decir que una “cosa” es mucho (o muy) “algo”, se suele repetir la “cosa” o nombrar el “algo” de manera duplicada. De ahí la gran cantidad de toponimias o nombres de plantas que, en mapudungún, son repeticiones de un término. Por ello, lo lógico es que la traducción de Llay-llay, no fuese Viento-viento; sino que “mucho o demasiado viento”.
Pero con lo anterior no resolvemos demasiado. Repetir llay dos veces, implica que ese llay es de gran intensidad; pero, ¿qué quiere decir llay? Si bien los mapuche poseen un gran número de términos diferentes para referirse a lo que conocemos por viento en español (términos empleados según su dirección, su intensidad, el momento en el que aparece, la fuerza vital que lo motiva, etc.) el uso más común es el de Küref o Kürruf. Desde luego un término bastante lejano al de Llay. Podríamos especular diciendo que Llay corresponde a un posible uso del mapudungún en el norte, por los pinkunche; no obstante, al menos superficialmente Llay y Kürruf, parecen bastante lejanos como para preceder del mismo grupo lingüístico.
Si tomamos el esbozo histórico que desarrollé arriba para considerar que el territorio en el que hoy se emplaza la comuna, y que otrora habitaron los picunches, fue invadido por los Inkas, podríamos sumar un nuevo componente de hibridación: la lengua que hablaban los hombres y mujeres del Tawantinsuyo, el Quechua. En este idioma, al igual que en el mapudungún, existen diversos términos para referirse al viento y a sus características, aunque el concepto principal es el de Wayra o Hayra. Podríamos especular y decir la sonoridad de Way es cercana a la de Llay, pero al parecer la partícula way, en el quechua no tiene ningún significado. Por otro lado, el quechua —al igual que el aymara— posee términos para referirse a la intensidad (mucho: askha / poco: pisi), por lo que la repetición no tendría el sentido aumentativo arriba señalado.
Descartando las dos lenguas definidas como francas en el Valle del Aconcagua a la llegada de los españoles, la tarea se dificulta aún más, por los pocos antecedentes de las lenguas de los demás pueblos que habitaron este territorio. Por ejemplo, si pensamos que llay tiene origen en la lengua de los Diaguitas, nos encontramos ante la dificultad del casi total desplazamiento de esta lengua en Chile. Estudios sociolingüísticos tempranos, habían considerado que los denominados Diaguitas del norte chico en Chile y los habitantes de los Valles Calchaquíes de Argentina, hablaban la lengua Kankán; sin embargo, abordajes posteriores desestimaron aquella idea para el caso de los Diaguitas chilenos. No obstante, si insistimos en la hipótesis de la lengua kankán para los antiguos habitantes del territorio de las actuales cuarta y quinta región, podemos encontrar algunos atisbos en lo planteado por el estudioso Ricardo Latcham. Éste, en las primeras décadas del siglo XX, propuso el habla kankán para los diaguitas de Chile y encontró que la terminación “ay” era muy frecuente en esta lengua, de ahí su presencia en la toponimia del Huasco Alto, en localidades como Huenchicay, Campillay o Eliquitay; a lo que por alcance podríamos sumar nuestro Llay-llay.
Finalmente podemos indagar en una cuarta posibilidad, referida a la lengua Kunza, hablada por el pueblo Atacameño o Licanantay. De este pueblo se tiene antecedente de poblamiento hasta el Valle de Copiapó; pero, considerando la composición multicultural dada por la influencia incásica en los valles de más al sur, en especial el de Aconcagua, podemos especular alguna influencia por contacto cultural. Según Eva Siárez, Kunza se traduce al español como “Nuestro” y es una lengua que se extinguió en su uso nativo en las primeras décadas del siglo XX. Esta lengua no comparte elementos con el quechua o el aymara (las lenguas mayoritarias presentes en el norte de Chile a la llegada del español), ya que su tronco lingüístico es el de la familia macro-chibcha y sub familia paezano, proveniente de los sectores occidentales de Colombia y Ecuador. De ahí que su reconstrucción en la actualidad sea una tarea difícil.
Pese a esa dificultad, encontramos trabajos que, en la actualidad, buscan reconstruir la lengua como el Diccionario Kunza- Español de Julio Vilte. De este trabajo podemos señalar una cuestión que tiene mucha relevancia con la discusión del nombre de la comuna y que es la importancia asignada en la cultura Licán Antai al viento. Según el autor, el Viento —Gran Espíritu o “Ckuri”—, habría legado la lengua y el conocimiento a los hombres, gracias a la acción mediadora de 1os chamanes y magos. En esta cultura sería también el viento el encargado de trasladar a las almas a otros lugares después de la muerte, tal y como “menea los espigos para rendir frutos en otras esquinas”.
Hasta aquí el Kunza podría parecernos una alternativa válida. Sin embargo, cuando vamos al término que los atacameños usaban para referirse a la palabra viento, volvemos a encontrar distancia con el nombre de nuestra comuna. En Kunza, según Vilte, viento sería Khuru.
Por último, permítanme sumar una reflexión más para acrecentar la duda sobre el significado del nombre de nuestra comuna y su presunto origen en el mapudungún. Esta vez me aparto de lo meramente lingüístico y de los antecedentes etnohistóricos. Podríamos decir que esta última duda es de carácter histórico político. Es realmente extraño que el nombre de la comuna, provenga del mapudungún, si pensamos que ésta fue creada el 6 de abril de 1875, bajo la presidencia de Federico Errázuriz Zañartu; que es el tercero de los cinco presidentes bajo cuyos mandatos se efectuó la “Pacificación de la Araucanía”, que no fue otra cosa que el exterminio del pueblo mapuche y el fin de su autonomía política y territorial formalizada, desde tiempos de la Colonia por los parlamentos celebrados entre las autoridades españolas y los líderes mapuche. Debemos recordar que durante esos años (1853-1884 aproximadamente) la política oficial fue la desvalorización de todo lo que fuera un referente indígena, más aún de todo lo mapuche, ya que éstos además de ser una muestra del “salvajismo y el atraso; eran enemigos de guerra de la nación chilena”. De esa manera podríamos preguntarnos: ¿qué llevó a las élites fundadoras de la comuna a procurar un término indígena para bautizar a la naciente Villa de Llay-llay?
Como se ve, después de este recorrido se nos abren más preguntas que respuestas y creo que, frente a eso, tenemos dos caminos. El primero, quedarnos tranquilos y no complicar las cosas… seguir pensando que el nombre de nuestra comuna proviene del mapudungún y que su significado es Viento-viento. El segundo, proponernos estudiar y cimentar nuestra identidad sobre la base del conocimiento y la valoración de nuestra historia, aun cuando para atar cabos perdidos en el tiempo tengamos que recurrir a una imaginación histórica que nos haga sentido colectivamente. Según mi parecer, este último camino, es una buena forma para valorar nuestra memoria y comenzar a sentirnos algo más que una pequeña comuna, en agonía desde que los trenes no volvieron a la estación.
El contenido de esta columna ha sido actualizada de su versión original escrito en 2008 para elpimiento.cl
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