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Fotografía: Rodrigo Salinas Muñoz

CÓMO APAGAR LAS BARRICADAS

Carlos Miranda Rozas

Sociólogo, Magister y doctor © en Historia.

Candidato a Alcalde, comuna de Llay-Llay

Aprovechando la franja horaria para hacer deporte, salimos con mi hijo a recorrer en bicicleta las calles de Llay-Llay. Fue un recorrido de poco más de media hora por las poblaciones Padre Hurtado, Eliecer Estay y Santa Teresa. En ese breve trayecto contamos 6 barricadas, todavía humeantes y con restos de los más diversos combustibles usados para alimentarla: colchones, troncos de árboles, pizarreños y un sin fin de materiales que se sumaban a los ya clásicos neumáticos. 

Las humaredas débiles, pero persistentes inundaban el entorno inmediato de un desagradable olor y contribuían, sin duda, a empeorar la calidad del aire de nuestro pueblo. Situación doblemente compleja, si se considera que hace un par de años Llay-Llay fue declarado como saturado de material particulado (PM10).

Pensar en ello me hizo recordar algunos comentarios que he visto en redes sociales y algunas discusiones que he escuchado entre las y los vecinos, que hacían mención a decenas de fogatas que comenzaron a iluminar las últimas noches en nuestra ciudad.

Entre las críticas que he escuchado se encuentra no solo el tema ambiental, sino también que se dificulta el acceso a las poblaciones afectadas, que se daña el pavimento, etc. Todas críticas que pueden tener sentido y es preciso considerarlas con detención, pero el problema es que dichas críticas solo se concentran en los efectos de las barricadas y no se hacen cargo de las problemáticas que causan dichas expresiones de descontento, y considero que se debe poner la atención en ello pues la gente no sale a prender fogatas porque esté aburrida y no encontró una entretención mejor.

Evidentemente la causa inmediata se relaciona con las dificultades económicas por las que está pasando la población desde hace ya mucho tiempo; se relacionan con que más de dos millones de personas pasaron a una situación de vulnerabilidad social en el último año, mientras los súper ricos (entre ellos el presidente) aumentaron en miles de millones de dólares su patrimonio.

No obstante, a mi juicio, hay una razón más profunda para explicar las barricadas. Dicha razón se relaciona con las limitadas posibilidades que tiene la ciudadanía de influir en la toma de decisiones en una democracia que lo único que nos ofrece es votar cada cierto tiempo, pero no nos permite ser realmente escuchados.

Y cuando una parte significativa de la población se encuentra en una situación desesperada y nadie le da una solución ¿qué opciones le quedan? ¿acaso es una opción para las personas ir a votar en noviembre, para que los nuevos parlamentarios que asumirán en marzo del 2022 cambien algunas leyes y recién ahí lleguen las ayudas económicas?

Dada la urgencia de la situación y a la incapacidad del sistema político de procesar dicha urgencia, algunos dirán que está la opción de la protesta pacífica, pero olvidan que desde 1990 se hicieron marchas multitudinarias, cacerolazos, recitales, maratones, rayados, intervenciones culturales, se interpusieron recursos en los tribunales, se expuso en comisiones parlamentarias y un larguísimo etcétera. Y muchas veces dichas acciones terminaron sin alcanzar sus objetivos y chocaron con la indolencia de los grupos dirigentes. Como hechos emblemáticos de esta situación se puede mencionar cuando parlamentarios y ministros se tomaban las manos y se felicitaban a sí mismos del acuerdo alcanzado el año 2006, mientras los estudiantes secundarios todavía se movilizaban en calles y liceos a lo largo de todo Chile. También se puede traer a colación cuando el parlamento aprobó el 2015 una ley de carrera docente, a pesar de que afuera del edificio del congreso había miles de profesores protestando contra la aprobación de dicha ley. A nivel más local la termoeléctrica de Las Vegas se instaló pese a la enorme movilización social en su contra el año 2005.

De este modo fue el propio sistema político el que legitimó acciones que rayan en el vandalismo, porque la ciudadanía aprendió que su único camino para mejorar su situación es molestar y actuar de forma disruptiva, ya que durante muchos años la protesta pacífica que no molesta a nadie, no tuvo buenos resultados. 

Lo ocurrido desde octubre de 2019 es una ilustración demasiado clara de esto: En unos pocos meses se logró iniciar un proceso constituyente, inédito en nuestra historia, se congeló la tramitación del TPP – 11, se bajó la dieta parlamentaria, se hicieron 2 retiros de los fondos retenidos en las AFP y otras medidas menores. 

No pretendo con este escrito hacer una apología de las barricadas, pero obviamente es muy difícil condenarlas cuando lo que las motiva es la situación económica desesperada de las familias en un sistema político que no tiene mecanismos para resolver esa desesperación de otra manera.

Por eso quienes critican estas formas de actuar, lo hacen desde su posición de comodidad o desde su ignorancia o -incluso- desde un sentimiento de derrota tan profundo que ya ni siquiera se atreven a luchar y ven en toda forma de lucha un acto sin sentido. 

Quienes critican las barricadas olvidan que cuando las urgencias son ahora y nuestro sistema político no posee mecanismos rápidos de resolución de conflictos, ni tampoco es sensible a la protesta pacífica, entonces la barricada aparece como una opción legítima para muchas personas. 

Por todo lo anterior es imperioso que la nueva constitución permita formas de participación efectiva de la ciudadanía en la toma de decisiones: plebiscitos vinculantes, revocación de los cargos electos, iniciativa ciudadana de ley y otras reformas políticas son imperiosas para que el sistema político pueda operar con mayores niveles de participación y así se pueda comenzar, por fin, a apagar las barricadas.

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